Propiedades de las patatas cómo hace la carga de carbohidrato, en el Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa (Girona), lo primero que se ve son muchas copas de atletismo. Cientos. No exagero. Son el testimonio de una carrera como atleta que se inició hace ya cuarenta años.

Cuando Quima Casas (68 años) comenzó a correr, no sabía exactamente cuál era la distancia de una maratón. En aquella época en España esa denominación se adjudicaba a cualquier carrera de más de 5K. Corría el año 1979 y Casas, tras el nacimiento de su hijo, había ganado algunos kilos, según explica ella misma. Decidió ponerle remedio sin someterse a los sacrificios de una dieta estricta. “A mí me gusta comer, y mucho, y no tenía ninguna intención de dejar de hacerlo, así que empecé a caminar primero, y luego a correr”, afirma. Cuando, poco después, se organizó una prueba de 4,5 kilómetros por un sendero que ella conocía muy bien, se apuntó y ganó. Se sentía fuerte.

Pasado un mes se convocó la segunda maratón de Palafrugell y Quima, tras el éxito de aquella primera prueba, se vino arriba. Decidió participar en la carrera, sin saber entonces muy bien cuántos kilómetros eran ni lo que suponía una carrera de esa envergadura. Se echó a correr por Palafrugell calzada con unas Chiruca –calzado muy en boga en aquella época–, unas botas de suela de goma rígida para caminar por la montaña, pero no precisamente lo mejor para correr larga distancia.

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Cortesía de Quima Casas

“Fui una insensata, y lo pagué. Alrededor del kilómetro 23, me tiré al suelo, ‘Me muero, me muero’, recuerdo que gritaba. No podía más. Algunos compañeros que vieron cómo iba calzada se quedaron atónitos, entre ellos el doctor Pere Pujol, figura de referencia del mundo maratoniano. Entre todos convencieron a una espectadora que seguía la prueba para que me dejara las zapatillas deportivas que llevaba y poder así completarla. Siempre he sido muy cabezota. Quise acabar y acabé, pero apenas me tenía en pie al cruzar la línea de meta. Tardé cinco horas y juré que nunca más lo volvería a intentar”, me cuenta sonriendo.

Historia de una maratón

Pere Pujol, un endocrino y corredor popular, fue uno de los responsables de la llegada de la maratón a España. A él acudió Ramon Oliu, ingeniero químico y un maratoniano popular que cuando volvió a nuestro país en el año 1977, tras una es- tancia de varios lustros en el extranjero, se encontró con que la maratón era algo que solo podían correr los atletas federados. Además, en aquellos momentos, estaba vedada la participación a mujeres.

Pujol y Oliu –junto a Raimon Vancells, Jordi Mensa y Francesc Mates– fundaron la Comissió Marathon Catalunya, que, ante la imposibilidad de recibir permisos para realizar la prueba en Barcelona, consiguieron celebrar la primera maratón popular de todo el país en 1978 en Palafrugell, lugar de veraneo del doctor. En aquella primera prueba participaron 185 corredores, entre ellos cinco o seis mujeres, pero solo 150 la completaron. Quima Casas no solo no la corrió, sino que por aquel entonces ni siquiera se habría imaginado que un año después haría su accidentado debut como fondista en la misma prueba.

A pesar de que Quima juró y perjuró en 1979 que nunca más participaría en otra maratón, a los tres días se le había olvidado el dolor y siguió corriendo. El doctor Pere Pujol se propuso entrenarla –algo que siguió haciendo durante muchos años– y solo un mes después se vio trotando por las calles de Madrid en la segunda maratón celebrada en la capital. Hizo un tiempo de 4:15 h, 45 minutos menos que el mes anterior. Y desde entonces no ha parado.

Apoyo familiar

Además de la ayuda de Pere Pujol, Quima contó con el apoyo de José, su marido. Ella trabajaba y ambos tenían un bebé al que cuidar. La atleta hacía auténticos malabarismos para sacar tiempo y poder entrenar. “Me gusta más correr por la mañana temprano, pero casi toda mi vida me he visto obligada a hacerlo por la tarde-noche”, explica. Afortunadamente, el apoyo de José fue imprescindible para que ella pudiera tirar millas.

Nadie corría en el pueblo donde la pareja vivía. Ni hombres, ni mujeres. Na- die. Quima era un poco un bicho raro con su chándal naranja y azul brincando por las montañas, hiciera sol o lloviera. “Me decían de todo: que si estaba loca, que si me iba a pasar algo, que si eso era malísimo para la salud, pero, yo, ni caso”, suelta risueña. “No había con quién salir a correr. Era yo sola por los montes, pero eso no me preocupaba. Me gustaba mucho. Cuando me calzo las zapatillas desconecto de todo y disfruto muchísimo”.

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Quima Casas

Imparable, empezó a cosechar triunfos al año de empezar a correr. Ganó la maratón de Barcelona de 1980, 1985 y 1987; fue campeona de Cataluña de maratón siete veces y campeona de España de gran fondo (medio maratón) de 1982 a 1984. Llegó a quedar en el 11º puesto en el campeonato mundial. Ganó tantas cosas y tantas veces que ya ni se acuerda. Su mejor registro de maratón, 2:42:43 h, lo alcanzó en Carcasona en 1987 y lo repitió después en Barcelona, donde obtuvo exactamente la misma marca. Y por si 42 km fueran poco, se atrevió con la ultramaratón (100 km) cinco veces. En 1992 fue plusmarquista en los 100 km (8:27:21 h). En 2012 recibió la Medalla de Oro al Deporte de la Generalitat de Cataluña.

La Marató de Barcelona

Quima Casas es la mujer que más veces ha ganado la Zurich Marató Barcelona en sus 41 ediciones de historia. La catalana ha logrado el oro en tres ocasiones: en 1980 (3:09:53 h), en 1985 (2:48:01 h) y en 1987 (2:42:43 h). Y el próximo 15 de marzo la correrá de nuevo. Para ella, esta prueba, que será la número 160 de las que ha disputado, siempre ha sido muy especial, no solo porque fue la primera que ganó, sino porque es un poco como “correr en casa”, y añade: “Está muy bien organizada. Es un recorrido agradable por una de las ciudades más bonitas del mundo. No me extraña que vengan tantos extranjeros a correrla”, sonríe. “Además, es de las primeras del año. Se celebra en marzo, con lo cual te evitas el calor, que es uno de los enemigos de la larga distancia, al menos para mí. La verdad es que me hace mucha ilusión. Es una gozada y el público vuelca su entusiasmo con los corredores. Ese domingo, Barcelona es una fiesta”.

¿Tirar la toalla?

Le pregunto si ha abandonado en alguna competición, y me dice que sí, que en una ocasión se vio obligada a hacerlo. “Tuve un ataque de ciática justo antes de una de las maratones que he corrido en Benidorm, hace algunos años. Pero como ya teníamos los billetes comprados, el alojamiento contratado y todo, decidí probar suerte. En el kilómetro 20 me quedé completamente clavada. Tuve que abandonar, ¡qué rabia me dio!”, me explica, animada.

Me intereso por si hace una dieta especial o por cómo hace la carga de carbohidratos. Se echa a reír. “Yo como de todo, de todo. El doctor Pere Pujol me daba unas rutas de entrenamiento y una dieta a base de frutos secos y yo me moría de hambre. Así que seguía el entrenamiento y no hacía caso de las indicaciones del doctor. Cuando él no estaba delante, pobre, yo tomaba lo que me apetecía”, dice. “Me encanta comer, y beber un vaso de buen vino. El dulce también me vuelve loca”. Solo una vez hizo caso a los expertos: “En una maratón, por sugerencia de grandes deportistas, hice la carga de carbohidratos. ¡Nunca más! Puede que a algunos de ellos les vaya muy bien, pero no a mí. ¡Qué mal lo pasé”.

Con 159 maratones a sus espaldas y un buen pico de ultras y medias, Quima se ha recorrido toda la geografía española y gran parte de la mundial. Me cuenta algunas de las anécdotas más curiosas de su carrera. La primera vez que fue a correr a París, el día antes de la prueba, subió corriendo la Torre Eiffel, el día antes de la maratón: “No pude evitarlo: la vi ahí, tan poderosa, tan impresionante, que me dije: ‘Esto me lo subo de una carrera’. No me corté, aunque al día siguiente me esperaran 42 km”.

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Cortesía de Quima Casas
A las decenas de maratones que ha corrido, Quima Casas añade cinco ultramaratones y ser Medalla de Oro al Deporte de la Generalitat de Cataluña.

También se emocionó en su primer maratón de Nueva York, esa ciudad que conocía tan bien de haberla visto en las películas, en la que corrió con la camiseta catalana... y, ante la sorpresa de los estadounidenses, ganó. Y recuerda, cómo no, una prueba muy dura, en Lanzarote, en la que el viento y la arena azotaron con fuerza todo su cuerpo. Cuando acabó, tenía la cara casi en carne viva, abrasada.

¡Viva la naturaleza!

Quima Casas reconoce que no le gusta mucho correr en pista, pero sí hacerlo por montaña o por senderos costeros. Coincidimos ella y yo en lo maravilloso que es hacer a grandes zancadas el Camino de Ronda, ruta que recorre la Costa Brava desde Portbou hasta Blanes, sobre todo por la parte de Llançá y el Port de la Selva. Le encanta, tras una buena tirada, darse un chapuzón en el Mediterráneo y, después, disfrutar de una cena con una copa de cava.

Así es Quima, natural, divertida, cariñosa y atenta. Un referente del running español, una mujer que corre porque disfruta de la vida y porque la hace feliz, sabia y más fuerte. Una inspiración, Quima, ahora y siempre para todos los corredores.