Cuando mi novio cortó conmigo de forma inesperada la primavera de 2016, necesitaba experimentar un cambio drástico para poder lidiar con mis sentimientos. Por eso, me apunté para correr la maratón de Nueva Jersey una semana antes de la carrera en un intento de prepararme para Boston. Creía que obtener el mejor resultado en la prueba me ayudaría, y que le serviría a él para darse cuenta de lo que estaba perdiendo. Pero, en vez de sentirme estupendamente, crucé la línea de meta con más de 10 minutos de antelación, y solo conseguí sentirme más vacía y sola que nunca, con una idea deprimente: Correr es una preciosa vía para reducir la ansiedad, pero no es un tratamiento clínico.
Correr ha sido mi manera de enfrentarme a mis sentimientos (felicidad o tristeza, momentos buenos o malos, positivos o negativos) desde que el entrenamiento para mi primer maratón en la universidad me ayudó a lidiar con la desagradable combinación de angustia y confusión vital. Frases como "Correr es más barato que la terapia" y "Corro porque pegarle a la gente está mal visto", nos bombardean a diario en los memes de las redes sociales y en la ropa, y refuerzan la idea de que correr proporciona un estado mental saludable. La mayoría de las publicaciones de fitness, Runner's World incluida, han celebrado públicamente las ventajas demostradas del deporte como forma única de terapia.
Yo no estoy aquí para desacreditar la idea de que correr ayuda a mejorar la salud mental. Los estudios demuestran que correr puede mejorar el estado de ánimo, reducir los niveles de estrés, ayudar a controlar la ansiedad y ser tan efectivo como tomar antidepresivos. Sin embargo, me muestro escéptica cuando se habla de la conexión existente entre nuestro kilometraje semanal y nuestro bienestar emocional. Y, por eso, probablemente, soy una runner cuya salud mental necesita más de lo que los kilómetros pueden ofrecerme. También acudo con frecuencia a un terapeuta profesional.
Como muchas personas, corro porque me gusta, porque soy competitiva y porque los retos hacen que me lata más rápido el corazón. Pero también corro porque, al hacerlo, consigo que mi abrumadora vida parezca menos deprimente. Busco respuestas a lo que debería estar haciendo con mi vida mientras corro. Persigo alcanzar el máximo de endorfinas porque, sin ellas, a veces no siento nada. Intento superar los sentimientos de caos e inquietud, y lloro a las personas que amé y perdí.
No me importa por dónde deambule mi mente en una carrera, porque, con cada zancada, siento que voy alejando mis problemas. Después de correr 16, 12 o incluso 8 km, esos pensamientos tristes que había tenido la noche anterior se quedan lejanos y parecen insignificantes. Pero el alivio es solo temporal. Cuando acabo el ejercicio y vuelvo a mi casa, aunque me siento mejor emocional y físicamente, las endorfinas se esfuman en un rato. Bebo agua, me ducho, me visto y sigo con mi rutina. Pero la ansiedad y la sensación de inquietud siguen estando conmigo.
No me malinterpretes: No soy inmune a los beneficios cognitivos de una buena carrera. Correr se ha convertido tanto en un botón de reinicio en los momentos de estrés, como en un modo de meditar. Sin embargo, a veces el deporte también ha sido una válvula de escape poco sana ante problemas mayores, como mi fracasada carrera en Nueva Jersey. Así que, aunque los beneficios que tiene correr para la salud mental son maravillosos y reales, no puedo evitar sentir que el hecho de correr es una buena forma de que la terapia sea válida.
Mi decisión de evitar buscar una ayuda complementaria se debía a que estaba atrapada en la creencia de que llegar a la próxima meta, alcanzar mi récord personal, o que mis entrenamientos resultaran mentalmente agotadores, sería la solución a mis problemas.
Y como habrás podido adivinar (¡sorpresa!) ningún kilometraje consiguió curarme. Cuando me di cuenta de que corriendo no podía solucionar mis problemas, caí en el alcohol en un intento de lidiar con las consecuencias de la relación fallida (un error por mi parte: le di otra oportunidad). Cuando me vi en Urgencias después de haberme emborrachado una noche por mi caos emocional, me di cuenta de que ningún método de "solución rápida" funcionaría a largo plazo. Mi salud mental necesitaba ayuda más allá de eso y en la consulta de un psiquiatra.
Así que pedí una cita. Antes ya había pedido una a la que no llegué a ir. En cambio, esa vez fue diferente. Esa vez sí me presenté.
Desde que tengo a una persona que se muestra neutral, que me escucha mientras le suelto mis mayores temores, que entiende cómo me siento, y que me proporciona estrategias y mecanismos para que pueda lidiar con mis sentimientos de una manera saludable, me arrepiento de no haber ido antes.
"Correr es mi terapia": es un dicho divertido, pero hay una diferencia entre las metas y objetivos de la terapia de conversación con respecto a los de la carrera, explica la psicóloga clínica y deportiva Leah Lagos Wallach. Está claro que correr es una buena forma de eliminar y reducir la ansiedad, pero no es un tratamiento para las condiciones clínicas. Es un complemento maravilloso, pero no un sustituto.
Correr, o lo que Lago denomina "una ayuda a complementaria a la terapia", como el yoga o la acupuntura, carece de la conexión interpersonal que los individuos desarrollan con un terapeuta. Tampoco proporciona una plantilla para la modificación de la conducta y no ofrece la oportunidad de recibir feedback.
"La terapia de conversación es casi como tener un espejo que te ayuda a ver, de manera objetiva, quién eres, y a reconocer tus propias metas personales", dice Lagos Wallach. No es solo una manera de aliviar el estrés o mejorar su estado de ánimo.
No creo que comparar el correr con la terapia individual sea malo. Incluso rebauticé mi blog como El hecho de correr más rápido o más lento no haría que nadie me amara a principios de 2017 después de sufrir un ataque de depresión postraumática y una fractura por estrés, pensando que era una forma de reconocer la manera en que este deporte me había ayudado a controlar los altibajos de la vida. Pero ahora me doy cuenta de que tal vez fue en realidad un grito de auxilio, una modo de restarle importancia sobre a esa situación tan perjudicial. Además, no era consciente del impacto que la terapia podría tener para mí y, por lo tanto, desconocía el que podría tener para los demás.
Justin Horneker, un entrenador que utiliza la terapia para controlar la ansiedad y la depresión, está de acuerdo en que los corredores deben tener cuidado al hacer una correlación entre correr y la salud mental.
"La salud mental no se consigue distrayéndote", asegura Horneker. "Una carrera o un entrenamiento pueden ser una forma excelente de quemar energía, de liberarte de una situación y de tener tiempo para reflexionar, pero el mero hecho de correr no va a atacar de raíz la causa de tu problema". "Algunos de nosotros necesitamos medicamentos, otros necesitamos terapia, pero correr por sí solo no es la mejor manera de tratar la salud mental".
Las declaraciones de Horneker se hacen eco de tragedias como la de Madison Holleran, una corredora de campo a través de la Universidad de Pennyslvania que se suicidó en enero de 2014 a pesar de llevar una vida aparentemente perfecta, y también de la de Jonathan Grey, un corredor profesional que vivía en Boulder, Colorado, y que perdió su batalla contra la depresión cuando se suicidó en febrero.
No, correr no es siempre la mejor terapia running ya establecido tampoco sería una solución rápida. Holleran había ido a un psicólogo antes de morir. Sin embargo, afortunadamente, para muchas personas, correr es una buen complemento a la ayuda psicológica. "En mi caso, la terapia me obliga a responder a preguntas que, normalmente, me da demasiado miedo formularme a mí mismo, y a recibir feedback Publicidad - Sigue leyendo debajo.
"Querer utilizar el ejercicio como una vía de escape saludable puede ser un problema también", según el psicólogo Justin Ross, que trabaja en Denver como psicólogo clínico y que, además, es runner. &de alguien que no me permite hacer bromas con temas pesados".
Correr mejora nuestra relación con nosotros mismos, estimula nuestra salud física y mental y es bueno porque nos permite sacar partido del intento, de la disciplina y del establecimiento de metas. El problema llega cuando correr se convierte en una estrategia de evasión del dolor, de la ansiedad, de los traumas, de una relación que no funciona, y de otros asuntos".
Para asegurarnos de que su meta sea saludable, Ross aconseja pensar en los objetivos de cada carrera antes de salir por la puerta. "¿Esta carrera me permite establecer un plan de entrenamiento más largo o es una forma de dedicarme tiempo a mí mismo?, plantea. ¿Es un modo de huir de los problemas o un castigo por algo que sientes que te mereces?".
Ross te anima a que acudas a terapia o hagas algo más, aparte de correr, si sientes que estás en las últimas.
Publicidad - Sigue leyendo debajo runner por no encontrar claridad mental, confianza y autorrealización al final de cada carrera. En cambio, albergo la esperanza de que al seguir corriendo y buscando ayuda en la vida real, no solo estaré espantando a mis fantasmas 2 kilómetros, sino aprendiendo, además, a reconocerlos, a aceptarlos y a encararlos.
Vía: Runner's World. Traducción: blarlo.com