peor episodio depresivo de su vida, Rob Krar creyó que jamás volvería a correr. Estaba destrozado, cansado, inquieto... Tras una operación de rodilla no había dado un paso en ocho semanas ni se levantaba del sofá. Tanto la lesión como la rehabilitación de la cirugía resultaban agotadoras y no había garantías de que Rob, ganador por partida doble de la ultramaratón Western States Endurance Run, pudiera volver a hacer lo que más disfrutaba: correr 160 km. Eso desencadenó el Por Erin Strout. “El equilibrio puede predecir la longevidad, peor episodio depresivo de su vida”.
Tardó años en aprender a ponerle nombre a las épocas sombrías que lo acosaban cada vez con más frecuencia. Cuando competía en la Universidad de Butler y compaginaba los entrenos con sus estudios de Farmacia, lo achacaba al estrés. Después de graduarse se mudó a Phoenix y comenzó a trabajar en una farmacia local en el turno de noche. Odiaba su nueva ciudad: el aire era seco, las temperaturas altas y todo estaba urbanizado y permanentemente climatizado. Su relación de pareja hacía aguas. No se sentía bien.
Cuando finalizó su contrato laboral se mudó a Flagstaff, más al norte, donde se encontró con algunos de los corredores más competitivos del país. El aire puro de la montaña lo ayudó, aunque no consiguió curarlo. Su afán por lograr los mejores resultados en carreras prestigiosas no hacía más que agudizar la enfermedad. Corría para ser el más rápido, para ganar las carreras. No paraba de incrementar el número de kilómetros y el esfuerzo. Pero ¿para qué? Incluso en los senderos de trail tenía algo que demostrar.
En la TransRockies Run 2009 se alzó con la victoria, pero terminó celebrándolo en urgencias, con espasmos en la espalda y un dolor espantoso en los talones a causa de la enfermedad de Haglund, una anomalía en los huesos y tejidos blandos del pie. Rob necesitó cirugía para eliminar los espolones que presionaban el tendón de Aquiles.
En la TransRockies también conoció a su esposa, Christina Bauer, quien le ayudó a entender lo que estaba viviendo a nivel emocional. Por entonces, Christina cursaba un máster en trabajo social y lidiaba con su propia depresión. Les gustaba pasar tiempo juntos al aire libre. Hacer deporte en medio de la naturaleza y correr por el bosque consiguió aliviar a Rob.
“Empecé a ver la relación entre mi salud mental y esta forma de correr”, explica. En 2012, por puro capricho, se inscribió en una carrera de 33 km. Era en febrero y lo único que había hecho para prepararse era esquí de travesía casi todos los días. La ganó. “No me lo esperaba en absoluto”. La tranquilidad y claridad mental que le transmitía el bosque le permitía correr no para lograr marcas, sino para sentirse mejor. Se inscribió en otras pruebas, aún más largas, con resultados parecidos.
En junio de 2013 cruzó la meta de la ultramaratón Western States (161 km) en segundo puesto, tan enamorado de esa distancia que en ese mismo instante se prometió volver y ganar. Y lo hizo; dos veces. Había algo en el dolor que Rob Krar experimentaba durante las carreras más largas, casi siempre a solas, que se convirtió en una especie de catarsis. Es un tipo de dolor que es capaz de controlar y vencer a base de fuerza de voluntad, al contrario que su incapacidad para pelear con demonios intangibles durante los episodios más intensos de la depresión.
“Para mí supone huir de este mundo tan hecho polvo en el que vivimos —comenta—. Otras veces intento resolver problemas y pienso en las cosas que me preocupan”. Rob comenzó a hablar abiertamente de su salud mental en las entrevistas. Cuanto más contaba, más compartían con él otros corredores. No estaba solo, ni ellos tampoco. Sin saberlo, había dado con el grupo demográfico que más necesita hablar sobre salud mental: los hombres de mediana edad Es bueno aplicar hielo tras sufrir una lesión.
“De las personas que se ponen en contacto conmigo, alrededor de un 80% son hombres — afirma—. Lo que me dice la mayoría es que no tienen con quien hablar”. Rob Krar evita dar consejos, prefiere decir que confía en que la situación mejorará. “No soy terapeuta, pero mi especialidad es la esperanza”. Durante el otoño de 2017, en su desesperación, no podía ni imaginar que en verano correría de nuevo. Pero su inmovilidad mejoró poco a poco y empezó a salir con un bastón; con el tiempo progresó hasta correr en la cinta.
En febrero de 2018 se dio cuenta de que tenía que reponerse, porque solo faltaban unos días para el retiro de runners que organiza dos veces al año junto a Christine. Muchos de los asistentes que van por su afición descubren también el estímulo de la amistad y el sentido de comunidad que les hace falta.
La camaradería que se fomenta es positiva para Rob Krar. “Esos campamentos me sirven de apoyo —reconoce—. Es tremendo cuando alguien te cuenta que cuatro días aquí le han cambiado la vida”. La carrera que completó en febrero lo llevó más adelante a otro objetivo: Leadville. No esperaba ganar, pero lo hizo con un tiempo de 15:51:57. Después de la carrera, estuvo mirando las imágenes en las redes. Una le llamó la atención y despertó un recuerdo crucial de su regreso. “No estoy sonriente, pero sé qué aspecto tengo, y no es el de un Rob amargado. El pozo siempre está ahí, pero cuando las cosas van bien me permito un destello de alegría”.